E2.0 – III

Capítulo III

La curiosidad mató al gato

  • Santi… ¿estás despierto?
  • Si… déjame dormir…
  • Siempre es lo mismo contigo.
  • Zzzzzzzzzzz
  • Ya pues, reacciona un ratito.
  • Carajo, mujer. ¿No quedaste acaso contenta?
  • Sí, pero…
  • Déjame dormir que ahorita reacciono. Tú tienes la culpa por dejarme seco.
  • Está bien, pero déjame abrazarte un ratito.
  • Zzzzzzzzzzz
  • ¿Por qué será que no puedes dormir como una persona normal? Siempre boca abajo…
  • Zzzzzzzzzzz
  • ¿Y lo que me querías contar?
  • Zzzzzzzzzzz

 

La conoció en el trabajo. Si bien se trataba de una chica simpática, llamativa por esos hermosos ojos negros, a Santiago no le llamó la atención más de lo debido.

Se encontraba por entonces en una etapa no de duelo, pero sí de bloqueo emocional, lo cual le impedía desarrollar afinidades con el sexo opuesto con la misma naturalidad que cualquier tipo con los mismos atributos que él, a saber: independiente, sin carga familiar y con un estado físico en buenas condiciones.

Era precisamente ese aire de desdén y desinterés en el que se movía lo que le llamó la atención a Milagros.

Si bien era cierto que Santiago era considerado por ser una persona inteligente y productiva, esa actitud a veces retraída e indiferente con la que se desenvolvía le generó algunos detractores. Había quienes pensaban que era un sobrado, otros, que un antisocial mientras que a un tercer grupo simplemente un bicho raro.

Por otro lado, al taciturno de Santiago le importaban cinco mangos en un jugo de naranja lo que pensase el resto. Simplemente cumplía con su trabajo a raja tabla. Culminaba el horario desaparecía, sin preocuparse de los after office, los casual fridays y toda esa serie de modismos que le parecían una sarta de cojudeces propias de subnormales. Tampoco era para tanto, pero así eran sus razonamientos entonces.

Con el tiempo, aprendió que, si deseaba llevar la fiesta en paz en el trabajo, como mínimo debía acudir a los eventos organizados por la oficina, tales como las celebraciones por fiestas navideñas, fiestas patrias o el aniversario de la compañía; compartir no solo la cena con las personas sentadas a su mesa, sino también intercambiar apreciaciones sobre cualquier tema de coyuntura o de moda.

Se aproximaban las celebraciones navideñas, que a la par eran la oportunidad para celebrar y reconocer el trabajo llevado a cabo a lo largo de todo el año. En esta ocasión, Milagros celebraba además su primer año en la compañía. Faltando poco menos de dos semanas, empezó a trazar una estrategia con la finalidad de aprovechar la ocasión de conocerlo un poco más.

  • Hola Santiago, que tal.
  • Milagros, buenos días.
  • ¿Qué tal el fin de semana?
  • Ahí… sin mayor novedad.
  • ¿Tranquilo?
  • Si, como operado.
  • Igualito que yo, fíjate.
  • Que bien.
  • Ya se acerca el tonazo de fin de año, ¿no?
  • Si pues, creo que es de este fin al que viene.
  • Vas a ir, ¿no?
  • Hablamos luego.
  • Está bien.

 

Habiendo transcurrido unos días, retoma el plan:

  • Hola Santiago. ¡Provecho! ¿te puedo acompañar?
  • Claro, toma asiento.
  • Veo que traes tu propio almuerzo. Se ven ricos tus fideos.
  • Si pues, de cuando en cuando.
  • ¿Qué tipo de salsa es esa?
  • Es una salsa roja medio hechiza, que le aprendí a mi abuelo.
  • Asu… ¿Y cómo se hace?
  • Bueno, el truco está en usar una buena salsa de tomate, en mi caso, de sobre porque no tengo tiempo para otra cosa, y en adicionar otros ingredientes como vino, azúcar, orégano, hongos y laurel hasta lograr una mezcla agridulce, con una acidez sutil.
  • ¿Puedo probar un poco?
  • No hay problema (Qué curiosa es esta flaca).
  • ¡Está buenazo! Seguro que tu abuelo tenía su restaurante.
  • Mi abuelo ya murió (Para que le dije que se siente, carajo).
  • Oh, qué pena. Discúlpame si te he incomodado.
  • La vida es como es.
  • Oye, y cambiando de tema, ¿vas a ir a la fiesta?
  • Imagino que sí…
  • ¿Qué tal es? Es la primera vez que me toca.
  • Igual que todas, supongo. Una cena, un brindis y a bailar, todos contra todos.
  • Jajaja, que tal descripción.
  • Ya verás, nada más ten cuidado con tanto gallinazo que ronda por ahí.
  • No, tranquilo, no me interesan los gallinazos.
  • Bien por ti. Bueno, buen provecho. Ya me tengo que ir.
  • ¡Gracias! (había tenido su chispa, al final no parece tan parco como dicen. Encima cocina rico… interesante cuando menos. Pero estoy segura que a éste algo le pasa…)

 

Al final llegó el día de la fiesta. Como era de esperarse se llevó a cabo el acto protocolar: bienvenida-reconocimiento-brindis-cena-baile.

Por obra y gracia de la providencia, Milagros terminó sentada en la misma mesa que Santiago, teniendo como vecinos al propio Santiago y a César, que trabajaba en el departamento legal.

  • Veo que no te gustó la comida, Santiago.
  • Qué pérdida de dinero, la verdad. ¿Por qué siempre lo mismo? ¿Cerdo asado, puré y verduras salteadas? Creo que hay más opciones, por ejemplo podrían ha…
  • Ya, no seas vinagrillo -interrumpió César. ¡Vamos Mili, un bailetón!
  • Me importa un carajo tu opinión -se guardó de replicar Santiago. Mientras veía como César se llevaba a Milagros de la mano a la pista de baile.

 

Si algo le gustaba, era precisamente observar el comportamiento de la gente. Le divertía sobretodo ver las contorsiones de los que se animaban a entrar al fragor del baile, de las coreografías, del aserejé ja de je de jebe tu de jebere seibiunouva majavi an de bugui an de güididípi, lo cual le parecía sumamente hilarante. En eso reparó en César y Milagros. Se notaba claramente que el tipo estaba interesado, mientras que su pareja sabía disimuladamente guardar la distancia, evitando con cierta gracia aquellos pasos en que los cuerpos se juntasen demasiado.

  • Este huevonazo… -expresó en voz baja mientras observaba al gallinazo volar en círculos sobre la pobre Milagros, que de cuando en cuando volteaba a observarlo y le sonreía disimuladamente como pidiendo ayuda, aburrida ya de la insistencia de César por una canción más, pero sin faltar a la cortesía, hasta que llegó la excusa de ir al baño, la típica carta-salva-vidas que las chicas suelen emplear cuando ya se aburrieron de bailar o del bailaor de turno, da lo mismo.

 

Si algo le había incomodado, era ser interrumpido cuando estaba por iniciar una conversación acerca de algo que le apasione, como la cocina. Además, notó que no era la primera vez que César disimuladamente lo fastidiaba. Ahora que lo recordaba, hubo un par de incidentes donde ocurrió cosa similar, solo que a él parecía no haberle importado, ya que veía en César nada más que a un insecto, una cucaracha que se arrastra allá donde pueda encontrar comida rápida, fácil, sin importar el estado en que se encuentre.

Tragos van, tragos vienen y ya estando cerca el final de la noche, se hallaban sentados los tres, esta vez sumidos en una conversación de índole laboral en la que César hacía de expositor/descubridor del agua tibia, Milagros de oyente diplomática y Santiago de autista comprobado cuando, de pronto, al sonido de la cumbia de moda, Milagros decidió dar el primer paso, dejando a César hablando solo.

  • Vamos a bailar, Santi. ¡No seas pesado!
  • Vamos, linda –replicó luego de notar con cierto agrado la cara de perplejidad de César por haberse quedado hablando solo de pronto, él, que se juraba ganador esta noche, seguro de que se llevaría la presa a casa, de que cortaría oreja y rabo.
  • ¿Por qué no te gusta bailar? –preguntó ella, una vez entrada la segunda canción juntos.
  • No es que no me guste. Simplemente prefiero observar, me divierte todo este rito social…
  • Pero si es rico bailar, sobre todo con la persona indicada – afirmó ella, mirándolo coqueta pero disimuladamente de reojo.
  • Debe ser –respondió habiendo captado ese guiño, ese sajiro, esa invitación.
  • ¡Me encanta esta canción! Ya era hora que pusieran algo bueno.
  • Si pues, la salsa dura no tiene pierde.

 

Poco a poco fueron juntando sus cuerpos, intimando un poquito más cada vez, a medida que sonaba ese tema, que se presentaba ideal para Santiago, especialmente por los demonios que rondaban por su cabeza cada vez que se acordaba…

Que fui engañado y todo lo entregué,
todo se lo di y no supe porqué se fue.
Y solo pensé en hacerla feliz,
nunca imaginé, triste me quedé.

No hagas, no hagas llagas mis heridas,
toma, toma y dame que eso es vida,
dame un poco, un poco de cariño,
mira preciso el anillo y las llaves del castillo

Una vez sentados, buscando refrescarse luego del trajín propio del baile, Santiago fue nuevamente interrumpido por César que para este entonces estaba más que desesperado por una oportunidad de salir a la pista nuevamente con Milagros, presto a cerrar su negocio de la noche. Sin embargo, esta vez fue la propia Milagros quien le expresó su desdén indicando con la firmeza del caso que no se le antojaba bailar más, al menos no con él.

  • ¿A qué hora te piensas ir? -preguntó de improviso.
  • Imagino que pronto -respondió él, notando que estando cerca de las 3.30 de la madrugada había batido su récord de permanencia en este tipo de reuniones.
  • Yo todavía quisiera quedarme, la estoy pasando muy bien –le miró a los ojos, mientras que por debajo de la mesa posó su mano sobre la suya, acariciando sus dedos, invitándolo a abrir su mano y entrelazarla con la suya.

 

Santiago notó inmediatamente el gesto y mirando alrededor, buscando aquellos espías malintencionados que harían de ellos la comidilla el día lunes, pudo notar que, al amparo de la oscuridad que rodeaba la mesa en la que estaban, solo la mirada de desprecio de César se cruzaba con la suya, lo que le dio el impulso necesario para dar el siguiente paso.

“Desaparece, huevón”, pareció decirle con la mirada, mientras volteaba su rostro hacia el de Milagros para luego de mirarla a los ojos -a esos bellos ojos negros- por un instante antes de acercarla hacia sí y darle ese primer beso, corto pero contundente a la vez. Ella respondió inmediatamente, abriéndole la comisura de los labios y acariciándole los suyos con la lengua, invitándole a descubrirla más aún.

Santiago la detuvo ahí mismo, evitando que la escena se prolongue y que los ponga en evidencia ante el grupo que aún quedaba en el lugar, si bien no tan numeroso, con el suficiente quórum como para imprimir un sello notarial al chisme de la semana. Al final no le importaba lo que digan de él, sino la reputación de Milagros, expuesta potencialmente al prejuicio colectivo por los hechos que fueran a acontecer si no se guardase la discreción del caso.

  • Bueno, me tengo que retirar. Hasta el lunes -se levantó con prontitud César, que apenas si podía disimular su fastidio.
  • ¡Nos vemos, campeón! –se mofó el ganador de la noche, devolviéndole una mirada con sorna y una expresión lo suficientemente cachacienta como para que sea notada.
  • Hasta el lunes –contestó muy educadamente Milagros, como si con ella no fuera la cosa.

 

Una vez la cancha libre y la mesa servida, Santiago la cogió de la mano y se dirigieron a los jardines del local, donde al amparo de la oscuridad y de la hora se fundieron en un beso largo, con ese deseo que solo el alcohol es capaz de despertar, anulando por completo cualquier vestigio de inhibición y sensatez que pudiese cruzar por la mente de Milagros.

Santiago, que para entonces tenía una erección incontrolable, la acercó hacia sí, frotando su cadera contra la suya, sintiendo los espasmos que Milagros experimentaba con cada roce, así como los leves gemidos que daba mientras se besaban a la vez que sus manos acariciaban ligeramente su cadera, sus nalgas y su espalda, deslizando la punta de sus dedos sobre esta última, de arriba hacia abajo, extendiéndole la invitación y su deseo por llegar aún más lejos.

Si bien es cierto que para entonces su plan no se extendía más allá de ese manoseo y juego previo, fue ella la que dio el paso definitivo:

  • ¿Tienes ganas?
  • Vámonos de aquí… vivo cerca.
  • ¿Vives solo?
  • Hace tiempo.
  • ¡Vámonos!

 

Volviendo al presente, Milagros vuelve a la carga con Santiago:

  • Oye, despierta.
  • Que deseas, Mili –reaccionó por fin.
  • No te olvides que querías contarme algo, algo revelador, algo que me ayudaría a entenderte.
  • ¿Estás segura? Esto es algo que no comparto con casi nadie y será mejor advertirte primero.
  • Ya pues, no seas fresco, que después de todo he venido para eso, para saber lo que acabas de recordar.
  • Bueno, que conste que te lo advertí primero. ¿Ves esta medalla?
  • Siempre quise preguntarte que significan esas iniciales.
  • ¿Viste la película El Sexto Sentido?
  • Claro, buenaza.
  • Nuevamente te pregunto, ¿Deseas continuar?
  • Carajo que eres espeso.
  • Te lo advertí… La curiosidad mató al gato…

 

Para aquellos que tuvieron el gusto de disfrutar de la salsa dura…

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