Sobre la belleza…

Se suponía que iba a ser una madrugada más de amanecida trabajando mis temas de consultoría personales. Sin embargo, como se trataba de la última jornada para cerrar este trabajo en particular, mi colega Fer y yo decidimos celebrarla con la cervecita de rigor, cuya sola idea sonaba más que prometedora dada la presente temporada de calor.

Nos constituimos al supermercado de moda para tal efecto y nos dirigimos a la sección de cervezas, donde además de la amplia variedad de bebidas espirituosas pudimos observar la presencia de dos anfitrionas, encargadas de convencer a al público de paso de llevarse las bebidas de sus representadas.

Definitivamente una destacaba más que la otra ante el tamiz de mis ojos: la que vestía de color verde, un verde llamativo color campo de fútbol, como la marca que representaba, aunque más callada que un estadio cuando te ganan de local en el último segundo, incómoda cuando menos, podría decirse. La segunda señorita, en cambio, representaba a una marca que hasta ese momento no habíamos ni Fer ni yo probado, perteneciente a una categoría “extra premium”, que estaba, para nuestra buena suerte, “a un súper precio de introducción” y que además venía con “la copa” para su generosa degustación. Luego de escuchar tremenda oferta, y ante el notable carisma de la vendedora, ideal para disfrazar su estrategia neurolingüística de venta, optamos por llevar la suculenta nueva cerveza, en lugar de las red lager que teníamos inicialmente planeado llevar.

Como era de esperarse, una cerveza no es la misma si no viene acompañada de una segunda cerveza, así que el último tercio de la jornada de trabajo nos la pasamos entre Pisco y Nazca, adorando a Baco, por lo que decidimos que debíamos continuar por la tarde al día siguiente, siendo que para nuestra suerte habíamos avanzado ya una buena parte del trabajo final, lo que avizoraba una suerte de jornada de cierre/“la cortamos”.

Es así que me dirigí nuevamente al supermercado a por las provisiones. Al momento de aproximarme al pasillo de las cervezas, noté a dos jovenzuelos discutiendo, de manera tan acalorada como caleta, en estos términos:

  • Ya pues, anda tu pues huevón.
  • No jodas, te toca a ti. ¿Por qué siempre me tienes que chantar el floro a mí?
  • Porque a ti te encanta la peliculina pues, además que nada tenemos que perder pero si le sacas el fono, la cagada…
  • Maricón de mierda, anda tú.
  • Puta que eres… Ya fue entonces.

Cuando se iban, me di cuenta que estaban concentrados en hablarle a la única chica que estaba de anfitriona en la sección de cervezas, que además resultaba ser la chica del día anterior, la chica del vestido verde.

Me acerqué y la observé con mayor detenimiento. Era una chica guapa, alta y de bonita figura. Sin embargo, había un aura a su alrededor que denotaba aburrimiento e incomodidad al igual que la noche anterior, como si quisiera estar en otra parte, quizá con los amigos o su pareja en alguna playa del sur. Eso y su llamativa belleza parecían ahuyentar a cualquier comedido parroquiano que quisiera hacerle la conversa.

Como no me considero un buen parroquiano, me acerqué y le pregunté por la chica del día anterior, la que me había vendido según ella la mejor cerveza desde el inicio de la historia de la cerveza. Ante su respuesta indicando simplemente que no había venido, repliqué:

  • Y Ud. señorita, ¿qué ofertas tiene?
  • Hay una promoción: llevando un six pack tiene derecho a un raspa y gana para el sorteo de un viaje para dos, todo pagado, para ir a ver la final de la Champions League en mayo próximo en Milán.
  • ¡Guau! Esto se ve prometedor. Habrá que llevar un six pack entonces.
  • Claro, ¡Buena suerte señor! -me respondió, esta vez dejando de lado su adusto gesto por una leve sonrisa, amical, que no pudo pasar desapercibida ante mis ojos.
  • Señorita -le dije-, debería sonreír un poquito más. Le aseguro que con esa sonrisa vendería muchas más cervezas.
  • Muchas gracias (o algo parecido), me respondió.

Sin embargo, esta vez su sonrisa fue espontánea y natural, de una notoria belleza. Os juro que hasta pensé que me iría a ganar el premio. Solo me faltaba decidir qué cosas llevar en la maleta.

Sin embargo, como sucede siempre, un plan es una lista de cosas que nunca van a pasar, así que no me gané un carajo. Recordé entonces mi karma con los sorteos: La única cosa que me he ganado en mis míseros 37 años de existencia, además de la carrera por fecundar el óvulo del que nací, fue un pie de limón que sortearon en mi facultad, pro fondos del alcohol para mi baile de promoción. Tal fue mi sorpresa por haberme ganado algo por primera vez, que me fui corriendo ni bien recibí el premio, como alma que lleva el diablo, a devorar esa patada al hígado en lo profundo de la cueva en la que viví en aquella época.

Volviendo al presente, y estando a puertas de un trascendental partido del FC Barcelona por la liga 2015-2016 decidí nuevamente ir a por provisiones. Es que no hay nada mejor que tomarte una cerveza helada en compañía de tus perros, frente a un televisor, viendo en HD, con un sol de mil demonios afuera pero bien a resguardo y con ventilación dentro,  al tridente de Luis Enrique sacarle la chucha al rival de turno.

Esta vez, nuevamente me encontré en el supermercado a la señorita del traje verde, de la cerveza verde. Conversamos un rato, pero en resumen básicamente algo como esto:

  • Hola, te cuento que no me gané nada.
  • Como está señor… siga intentando, llévese otro.
  • Está bien, me convenciste, pero te diré algo: Yo no estoy pagando por una cerveza, estoy pagando por tu sonrisa. Tienes la sonrisa más bella de San Isidro, a no ser que tengas una hermana, en cuyo caso tu hermana y tú compartirían el título de la sonrisa más bella. Si hace falta gastar treinta Soles por este six pack, que así sea. Tu sonrisa es lo que realmente compro, mientras que la cerveza es el valor agregado de la misma.

Y en realidad así fue. Ahora que me pongo a reflexionar en esa sonrisa, veo que se cumple esa premisa de que somos en el fondo mucho más de lo que aparentamos y que por ello no debemos prejuzgar. Detrás de esa chica increíblemente guapa no está esa chica seria, altiva o superficial que muchos podrían pensar por cómo luce. He podido conocer a una chica dulce, amigable y conversadora. Es la imagen que proyecta lo que suele espantar a algunos chicos, como los que se morían por hablarle y acaso sacarle el teléfono, pero en su defensa debo decir que no a todos tiene porque necesariamente gustarnos lo que estamos haciendo o hemos hecho en algún punto de nuestras vidas, especialmente cuando se trata del anfitrionaje, que precisamente vende imagen, cáscara, un objeto, entre otras cosas, cuando hay más de dos neuronas funcionando plenamente, buscando acaso un reconocimiento de otro tipo. Estoy seguro que esa chica es mucho más que su apariencia, de la cual además debe estar plenamente consciente. Puede que tenga un Facebook con 4,563 amigos para los cuales necesitaría unas cuatro laptops si necesitase interactuar, y más aún, debe ser un hecho que no le falten candidatos con más de 1.80m de altura y desarrollada masa muscular. Está en ella lo que desee hacer al respecto y ese es su roche.

Me hubiese gustado tomarle una foto con el celular, pero hay cosas tan bonitas que no merecen la banalidad de una fotografía, de algo físico, de un trofeo. Es mejor atesorarlas en la mente, en el recuerdo, como un significado, como un concepto, más que como una imagen (que nunca se debe idealizar, por cierto) ya que al final, como la piel, envejecerá y dejará de ser lo que una vez fue.

Dicen que una mujer bonita e inteligente tiene el mundo a sus pies y puede que sea cierto. Dicen que todos tenemos derecho a la belleza, también. Pero creo que la belleza no se ciñe meramente a aspectos materiales y físicos. Hay belleza en otros ámbitos de la vida: en ese primer beso, en tocar a ese bebé por primera vez, en el día que conociste a esa persona especial, en tomarte un vino bajo la luz de una vela con dicha persona, en una cerveza helada luego de esa pichanguita con los amigos del alma, en ese último abrazo con tu abuelito, en la sensación de triunfo luego de graduarte con mucho esfuerzo, en el campeonato ganado por tu pequeña hija… en fin, la lista podría hacerse interminable. Está bien, podrán decir que esas son sensaciones, fotografías de un momento, y de hecho que lo son, pero no por efímeras dejan de ser sensaciones bonitas, intensas y en última instancia, bellas.

En mi caso, tuve dos encuentros con la belleza en el último mes: la primera de ellas fue al reencontrarme con Sandra, mi entrañable amiga que llegó de visita del extranjero y a quien no veía desde hace más de diez años. Esta vez, llegó con su bebé: una hermosa criaturita de nombre medieval, idéntica a ella, hermosa. Lo que más me gustó es que mi amiga, con los años, nunca dejó de ser esa persona radiante, vivaz y con ese carisma incomparable. Muchos deberían envidiar sanamente a su esposo, por haber tenido la suerte de poder formar una familia con ella. De más está decir que lo único que cambió en todo este tiempo fueron mis canas y mi cabello que, rebelde, quiere comenzar a caerse dejándome la azotea a vista y paciencia del inclemente sol. Su amistad es una forma de belleza que espero atesorar hasta el día que uno de los dos pase a otro plano dimensional/existencial.

La otra forma en que la belleza se mostró ante mi persona fue la sonrisa de esa señorita.

Está en cada uno de nosotros poder apreciar los pequeños detalles que nos obsequia la vida de manera cotidiana, encontrar la sutileza en cada uno de ellos: es en esa sutileza donde se encuentra agazapada la belleza. En un ambiente tan mezquino, superficial y cínico como en el que muchos de nosotros estamos son esos precisos detalles los que nos pueden ayudar a contagiarnos de ese optimismo, de esas ganas de continuar en nuestro sendero (para algunos más afortunado que para otros), que se hace tan necesario para pasar el día a día sin volvernos locos, taciturnos o depresivos ante la crisis de valores en que está sumido el mundo en que nos ha tocado vivir.

¿Han escuchado a Satriani?

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