Así como Milagros estuvo a punto de abrir una Caja de Pandora, yo me encuentro en estos momentos a punto de abrir mi propia Caja. Por azares de la providencia, se me ocurrió la idea, hace más de 20 años, de que podía anotar, transcribir y conservar todos los pensamientos, devaneos y reflexiones que a mis pueriles 14 años podrían ocurrírseme. Y bien que lo hice, aunque de una manera muy desordenada, cuando menos siendo diplomático podría decir.
Pues bien, acabo de dar con el citado libro. Además del olor a viejo, me sorprendió mucho no solo encontrar los versos, pasajes y frases que escribí, vomité, defequé o compuse según cual fuera mi estado de ánimo en aquél entonces, sino todos aquellos testimonios que dejaron un inusitado número de personas que una vez fueron parte de mi vida, algunas más importantes que otras, algunas que jugaron un papel clave por un corto espacio de tiempo y se fueron, otras a las que lamentablemente el azar y las circunstancias llevaron por ese camino desconocido, atemorizante y definitivo por el que todos, algún día -espero que más tarde que temprano- vamos a tener que recorrer, con mochilas más o menos pesadas, según sea el caso.
Es muy complicado hacer una regresión, especialmente si se trata no de un estado etáreo, sino de uno mental. No quiere decir que en 20 años me haya vuelto más loco de lo que estoy, lo cual es completamente cierto. Algunos amigos me han dicho que estoy loco, y no lo niego. Otros han alabado mi locura, lo cual atesoro, y yo mismo he de reconocer que siempre seré auténtico, siempre seré yo mismo, mi yo-sincero, aunque me digan loco. Lo que trato de decir después de todo, es que más que los años transcurridos, como le pasa a todos nosotros, es el kilometraje el que deja sus mayores estragos, aunque esto es relativo: imagínate irte de Lima a Tumbes en una carretera asfaltada, a doble carril, en línea recta, de día y sin ningún conductor en sentido contrario: ¿Del carajo, no? Ahora imagínate hacer el recorrido tal cual es, con muchos tramos peligrosos, con Pasamayos, con subidas, bajadas, curvas, ebrios, peatones y encima con delincuentes, como es que suele suceder. Ahora, imagínate en un avión. Todos hacemos el recorrido, cumplimos con acumular las millas, los puntos bonus, los puntos vida, gracias a la experiencia. El tema es como lo recorremos, quienes nos acompañan y cómo este recorrido va dejando una huella indeleble en nuestro espíritu, en nuestro modo de ver las cosas, en nuestra sabiduría.
En mi propio caso, tengo mucha curiosidad pero a la vez muchas reservas con siquiera leer las cosas que escribí cuando aún era tan joven e inexperto. Quizá ya no era virgen para ese entonces, y si aún lo hubiera sido, lo terriblemente pajero que era no daba lugar a excusas para negar que por aquél entonces aún era un niño y conservaba mucha de la inocencia que hoy se fue, desapareció, no existe más. Aún no amaba con locura y total pasión por primera (y acaso…) vez, aún no le escribía un poema a una chica, aún vivía mi abuelito, aún vivía mi compañero Pepe, aún se encontraba con vida mi mejor amigo, aún no estaba a punto de liarla a golpes con mi viejo, aún no me rompían la nariz y las costillas ese grupo de maricones de blanca ciudad, aún no se la rompía yo a algunas personas, aún no ingresaba a la universidad, salía de ella, empezaba mi vida laboral, la mandaba a la mierda y me iba a otra ciudad por no decir otro planeta a cumplir la meta de ser mejor de lo que era antes, de no ser uno más del montón, de evolucionar, de crecer, de levantarse y volver a caer, pero caer con ritmo, chic, levantarse y cojear con estilo baby… Y tampoco me casaba, cometía matricidio -perdón, matrimonio-, aún no adoptaba a mis perros, aún no escribía un libro, ni plantaba un árbol. Creo que si me pidieran pedir clemencia usando tan solo tres letras diría esto: “aún…”
Hubo algunas victorias pero también muchas derrotas: momentos de soledad, de vacío, de querer mandar al carajo a la chica que desnuda no quería irse nunca, de sentirme culpable por las decisiones que tomé, por no haber podido prolongar más la vida de mi abuelito y hasta de mi perro, por recibir (y las sigo recibiendo) críticas y hasta agresiones por ser como soy, como me da la gana, como pienso que debo ser, por haberme equivocado una y otra vez, por todos los muertos y heridos que dejé, por no haberte sabido valorar, por rebelarme y querer renegar de ese principio universal que rige este y todos los universos: que todo tiene un inicio, pero también todo tiene un final…
Un gran amigo me dijo que los autores no valoran la literatura por los logros que se consiguen o la cantidad de lectores que puedan tener o las ventas que puedan generar, sino por el proceso creativo que lleva a parir o malparir ese caleidoscopio de palabras que al final puede o no que le importen un carajo a nadie. Creo que tiene razón, pero también creo que no, pues porque yo mismo me considero distinto, y creo que hay algo más que el proceso creativo, para mí es una purga, un exorcismo, liberarme de mis propios demonios hasta que éstos, tercos, jodedores como doloroso grano en el culo, regresen a por mí de nuevo.
Es así que valoro mucho más cuando una persona me da ese calificativo en lugar de inflarme el ego con lame-culeces de todo tipo: desde inteligente hasta buen amante, pasando por los ojos que heredé de mi viejo (con quien me llevé terriblemente mal, pero que es a quien amo más que a nadie, incluso que a mí mismo, y que a pesar de golpes, carencias y humillaciones a los que injusta e inmaduramente sentí/creí que me sometió, fue, es y seguirá siendo siempre mi héroe), así como valoro la sinceridad de las pocas personas que pueden decir con orgullo que me tienen como amigo.
Así como distinto, me considero sincero. Por eso, y porque la actual coyuntura no me permite escribir el siguiente capítulo de la historia de Santiago (tampoco es que me vaya a demorar hasta que se acabe la botella de aceite), aprovecharé el poco tiempo que tengo disponible para ir colgando, de a pocos, todas aquellas cosas que una vez escribí, citando la fecha en que fueron escritas, y que sea cada quien el que juzgue a su manera si sigo siendo el mismo idiota que fui y seré siempre, o si en verdad toda la malvida a la que me auto sometí hizo que adquiera una leve sabiduría que finalmente es la que hace que les haga perder el tiempo leyendo las tonterías que escribo de puro haragán: “Anda trabaja y haz algo útil con tu vida, huevón” les imagino decir, y si no, muchas gracias, quienes quiera que sean, por dedicarme alguno de los preciados minutos en sus vidas. Ahora, vayan y abracen a quienes más quieren, precisamente porque un día ya no estarán más con Uds.