E2.0 – V

Capítulo V

Nunca abras una Caja de Pandora – Segunda parte

 

  • Santiago: ¿De qué estás hablando? Déjate de tonteras, que no estoy para este tipo de bromas…
  • ¡Silencio!, habla en voz baja y mantén la calma -le susurró al oído- Está aquí con nosotros.
  • ¡Santiago, no sigas con esto que me estás asustando!

 

En ese  momento, cruzó el umbral de la puerta, procedente desde el baño. Se abrió paso entre las prendas de ambos, regadas por el suelo, y se detuvo frente a ellos. Las botellas de gaseosa helada que solían tener al alcance de las manos para reponer las energías después de la batalla de los cuerpos empezaron a burbujear con notorio ruido, como si algo estuviera sacudiéndolas, buscando hacerse notar.

Para aquel entonces, Milagros estaba completamente aterrada, la sensación de ser acechada, de ser vigilada, de ser observada desde la oscuridad la tenía paralizada, helado el cuerpo, sudando frío, al borde del llanto. Cogió con fuerza la mano de su amante y apretó con tal ahínco, que le provocó una herida con sus uñas.

  • Santi, por favor… te creo, te creo. Dile que se vaya por favor… quiero que esto termine, me está dando un ataque de pánico… ¡prende la luz, por favor!
  • Cálmate y respira hondo, Milagros. No te muevas y no digas ni una palabra.
  • ¿¡Por qué!?
  • Está al lado tuyo.
  • Santi, ¡basta por favor! – En ese momento las palabras quedaron ahogadas por el llanto y el pavor. Se sentía indefensa, como una mosca a tiro de la araña, incapaz de salir huyendo, la presión por los suelos, al borde de una verdadera crisis nerviosa.

Carajo, creo que se me pasó la mano esta vez. –razonó Santiago. Después de todo, no me ha hecho nada malo: todo lo contrario, se ha portado muy bien conmigo, pese a lo mierda que he sido con ella, cuando menos. Creo que puedo correr el riesgo de apostar por ella, pero primero debo calmarla, antes de que se me infarte en pleno chuculún, que ahí sí que me voy derechito al segundo círculo del infierno, cuando ya sé que me corresponde por derecho al menos el sexto, ja.

  • Milagros, estoy aquí contigo –le susurró él, mientras cogía su rostro con ambas manos y le daba un cálido, prolongado y acaso extrañamente cariñoso beso en los labios, al término del cual cogió su cabello con la mano izquierda, acariciándola pero a su vez provocándole una extraña reacción, como si de pronto algo absorbiese todos esos sentimientos que hasta hace pocos segundos estaban a punto de hacerla perder la razón. Luego de esto, colocó un objeto de metal en su frente, que le dejó una sensación extraña, fría pero reconfortante, a la vez que pronunció en silencio una plegaria que rezaba así:

Por el poder de Yo Soy,
que se cierre tu manto de luz blanca e incandescente,
que te haga invisible e invencible a toda creación humana,
y a todo espíritu encarnado o desencarnado
que no venga por bien.

Milagros quedó completamente atónita al sentirse en calma, en tranquilidad, serena: como aquél soldado que regresa a casa, a su esposa e hijos después de un tour en zona de emergencia, en el VRAEM.

  • Quédate tranquila, que ahora me encargo yo de poner todo en orden.
  • Haré lo que tú digas, Santi.

 

Inmediatamente se puso de pie y pareció dirigirse hacia el lugar donde se sentía la mayor tensión, el ambiente pesado, sobrecargado, respirando rechazo y acaso algo parecido a la rabia. Ella no podría ver nada, a duras penas distinguir la silueta desnuda de su cuerpo, caminando precisamente hacia donde ella no se atrevería jamás.

Eius in obitu nostro praesentia muniamur…

Ante la Cruz de nuestro Señor
aléjate de aquí…
Por medio del signo de la Cruz,
nuestro Señor te libre de tu tormento, mi hermano
La santa Cruz sea, para ti, luz y guíe tu camino
al próximo lugar donde descansarás
finalmente al lado de nuestro Señor.

Ahora, déjanos aquí tranquilos,
no os fijéis en esta señorita,
que el frío de tu destino
no apague la luz que emana su corazón,
oye bien esta plegaria,
y evita toda confrontación
con este siervo del Señor.

Descansa en paz mi hermano,
Rezaré una plegaria por ti,
por tu eterno responso
para que llegues finalmente
al sueño eterno,
al sueño de paz,
al sueño donde desaparecerá
finalmente tu tormento
a ese sueño de remanso
del cual finalmente no despertarás…

Padre Nuestro,
que estás en los cielos…

Dios te salve, María,
Llena eres de gracia…

Creo en Dios, Padre Todopoderoso
Creador del cielo y de la tierra…

Ángel de la Guarda,
Dulce compañía…

Por la divina presencia de Yo Soy,
invoco a mi Santo Ser Crístico,
que cierre nuestro manto azul de protección.

Súbitamente, el ambiente quedó en un total estado de calma, como si incluso el mundo que corre vertiginosamente en el exterior no existiese, como si fuesen las últimas dos personas en la historia de la humanidad. Como si fuera solo el vacío lo que existiese.

Milagros aún no salía de ese estado catatónico en que se hallaba sumida mientras escuchaba como se iban recitando las plegarias, mientras esa tensión parecía primero querer engullirlo, para después entrar en armonía con él y finalmente desaparecer. De pronto, una tos cortante la sacó de su estado. Era Santiago que parecía tratar de sobreponerse a lo acontecido.

Caminó despacio, prendió la luz y se sentó con calma en la cama. Cogió un cigarrillo, lo encendió y se cogió la cabeza con ambas manos, mirando hacia abajo, decaído y exhausto,  mientras aspiraba ese veneno relajante, invadiendo sus pulmones y acaso su alma. Ella notó que en su mano izquierda llevaba un objeto de metal, parecido a una cruz, pero con símbolos extraños en el medio. No pensó ni quiso siquiera preguntar de qué se trataba.

Rápidamente se acercó a abrazarlo por la espalda. Estaba frío, como si se le hubiera bajado la presión. Transpiraba, ligeramente agitado y con algo de fiebre: descompuesto.

  • Mi niño… ¿Estás bien? –se acurrucó junto a él y pasó sus brazos alrededor de sus hombros- ¿Qué fue eso? ¿A quién le hablabas? ¡No puedo creer que lo que acaba de pasar, tan surreal! ¿¡Pero por qué no prendiste la luz!?

 

No hubo respuesta. Santiago parecía rezar en un idioma extraño. De pronto reconoció que se trataba del latín.

  • ¿Cómo voy a saber si ya se fue, con la luz prendida? La luz aleja a la oscuridad, las sombras se esconden donde ésta no puede llegar. Es el método más seguro. Ahora, déjame tranquilo un momento. Necesito volver a la normalidad. Y por favor, no menciones nada de esto. No ahora. Y en especial, no lo menciones a él.

De pronto se incorporó y caminó hacia el baño, abrió la llave del agua y se dio un baño de agua caliente, que parecía hervir. Cortó el agua y prosiguió a abrir la llave del agua fría por un minuto, para finalmente regresar al agua caliente, por un lapso de tiempo más o menos prolongado.

Al salir del baño, su semblante estaba totalmente cambiado, recompuesto, sereno, en pleno uso de sus facultades físicas y mentales. Ella lo observaba en silencio, pero con un brillo ya conocido en la mirada, un brillo coqueto, retador, incluso hasta lascivo.

  • Necesito descansar un rato.
  • ¿No hay nada que pueda hacer por ti?
  • No lo creo. Solo debo recuperarme, dormir de largo.
  • ¿Puedo pasar la noche contigo?
  • ¿Es eso lo que quieres? ¿Después de lo que acaba de pasar?
  • Eso no es sólo lo que quiero, añadió incisiva, como si estuviera dándole una orden, mientras que mirándolo a los ojos, acariciaba su pene, toreándolo, provocándolo, encandilándolo, convocándolo.
  • Si eso es lo que quieres, pues ven y sírvete –replicó él, que para entonces ya se había puesto como una piedra, y andaba ya como una moto.

 

Esa noche se quedaron dormidos, una vez más unidos en carne, pero también en una extraña sensación de complicidad, de entendimiento, de comodidad, de confianza, como él no sentía desde mucho tiempo atrás, cuando era otro…

Aquí un clásico, del momento en que todo empezó… en la voz del recordado Peter Steele, con los extrañados Type O Negative.

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