El sábado pasado le conecté un derechazo a un tipo por primera vez en 14 años. No me pude aguantar, me podría acaso cuestionar, pero de seguro que no me arrepiento.
Quise esperar un poco para ver si lo que pasó trascendía al plano laboral: estábamos al cierre de un campeonato de fútbol/chanchería-al-palo del lugar donde trabajo, esos eventos que suelen empezar temprano en la mañana, netamente deportivos, futboleros, competitivos, y que luego pasan a ser una fiesta en honor a Baco & Loki, de tragadera, de fullvaso, de comer en vajilla descartable, de fumar como demonios, de joder y criticar al gordo que perdió la pelota y por cuya culpa perdimos la semifinal todos los malazos que hicimos la finta de que tenemos conceptos, de que la conocemos, de que la manyamos, de que tenemos lo nuestro pero estamos lesionados y no jugamos hace años; para finalmente convertirse en esa suerte de guerra sin cuartel, de todos contra todos, de gallinazos y palomas, de «a ver a quien te levantas» y «a-ver-a-quien-juzgaremos-con-nuestra-hipócrita-y-cristiana-visión-de-fariseos» el lunes que sigue, solo porque envidiamos a aquellas personas que se llevan muy bien entre ellas (y si la belleza para mala suerte las acompaña, peor), sin necesidad que se atraviesen unas a otras en la plataforma de los sacrificios (o sea, el ring de las cuatro perillas, comúnmente conocido como la cama, la camasutra), quizá porque son muy caballeros o porque los jodieron enviándolos a la friend zone, o porque los platónicos realmente existen…
Lo cierto es que todo sucedía exactamente como este tipo de eventos dicta, siendo uno de esos pocos casos en que el karma «un plan es una lista de cosas que nunca van a pasar» no se cumple: empezamos temprano, empezamos competitivos, perdimos no una, ni dos, sino tres veces, criticamos a los gordos y a los chatos que la cagaron jugando, nos excusamos en nuestras espaldas rotas, y empezaron el ajusticiamiento moral hacia aquellos que se llevan bien sin intenciones subreptivas. Además, como era de esperarse, se dio el fullvaso de rigor y la orgía de chancho-al-palo que todos esperaban, para después transformarse en chanchos-al-palo humanos.
Para colocar la cereza sobre el pastel, llegó el Jefe, el Puto-Amo -como le diría Guardiola a Mourinho-, el objeto de sobonerías, lambisconerías pero también de críticas, de abrazos hipócritas y sonrisas que disfrazan a la perfección esos lapidarios pero famosos «me llegas al pincho CTM«. Como toda persona que ejerce el poder, llega el momento en que toca darse el muy merecido baño de popularidad, ante el aplauso de la grada, de la afición, del monstruo de Vergara, pero no el de la Quinta, sino del que se va a comer después…
Como les narraba, esta muestra de magnanimidad llegó a través de sendas cajas de cerveza helada, helenas de troya, al polo, que provocaron enormes aplausos y dedos pulgares levantados (algunos con la mano izquierda). No contento con ello, el Jefe, que quiso demostrar que era superior en varias canchas, decidió apostar con dos incautos colaboradores: dos ilusos parroquianos, dos ingenuos feligreses, a que podía beberse del pico una botella completa de cerveza en el menor tiempo, ganando ambas apuestas para el deleite de sus lameculos, así como para la desilusión del resto de nosotros, que tuvimos que solidarizarnos con los perdedores contribuyendo con la cuota, con la chanchita, con la matrícula para completar el costo de las dos cajas de cerveza. Incluso me invitaron a pasar el reto, pero no me atreví, (y eso que 20 años atrás, de puro enamorado en la friend zone no se me ocurrió peor idea que ganar la misma apuesta pero con ron -Dios o el Demonio deben esperar más de mí, porque de no haber buitreado como dinosaurio, hoy no estuviera vivo), quizá porque ya no soy tan joven y con total seguridad porque escuché las inmortales palabras/salmos/proverbios/ de mi compañero Mike: «Este gordo succiona como ninguno».
En fin, todo era algarabía cuando apareció mi amigo Fer. Como todo pata pintón que está en lo mejor de su vida (aún en sus veintes) y seguro de lo que tiene, apareció al más estilo papirriqui: la barba a medio afeitar, sus lentes oscuros y un polo de cuello redondo que dibujaba su trabajada anatomía. No contento con destacarse entre todos los panzones y dinosaurios que aún pululamos por esta tierra, se le ocurrió hacer gala de sus dotes salseras con Martita, una compañera de esas que disfrutan del baile y de la bebida por igual, y que a la sazón del baile-pegado-con-metidita-de-pierna a la que fue sometida, quedó intrigada cuando menos de saber que otras dotes tendría el pillo de Fer. Sin embargo, no contaba con que el efecto de la bebida espirituosa haría pronto mella en su trajinado carbunclo, dejándola sumida en un estado pre comatoso tal, que tuvo que irse un ratito al baño para tratar de recuperar la compostura, si acaso su imagen. Suerte la suya que el Jefe ya se había ido, al igual que esa gente de mierda, hija de puta, que solo sirve para envidiar y criticar al prójimo, yendo después corriendo a misa para comulgar, decepcionándonos encima por no atorarse con esa malhadada hostia.
Pues resulta que ese ratito se volvió alrededor de cuarenta y cinco minutos, tiempo en el cual los que aún sobrevivíamos a la comedera/chupadera que se hallaba en el cenit de su apogeo nos dedicábamos precisamente a comer, a tomar y a fumar. De pronto, cuando ya se había acabado la comida, que a la sazón resultó mas buena que el pan, nos percatamos de que aún sobrevivía un plato de comida que, diáfano y tentador, nos suplicaba que le metiésemos mano como si del amor de nuestra vida aún virgen se tratase. Entonces nos acordamos de Martita, que se estaba demorando casi una hora en lavarse apenas la cara.
Temerosos de que esté montando un espectáculo en el baño de damas, formamos una comisión sumaria y plenipotenciaria cuya misión concreta era la de rescatar a Martita de una certera vergüenza ajena comunitaria y descomunal provocada quizá por haberse quedado dormida sobre el trono, o sea el retrete. Para variar, el caballeroso Fer se ofreció de voluntario a integrar la citada comisión, dirigiéndose al baño en compañía de Mariela, la otra valiente que quedaba al pie del cañón, aunque rodeada de una manada de lobos que le tenían cada vez más hambre (con el cañón de pie), a medida que se prolongaba la ingesta de cerveza, la muy desinhibidora.
La comisión fue un éxito. Si así fueran las comisiones del Congreso de la República, estaríamos en el Primer Mundo. Fer trajo a Martita a duras penas caminando, cargándola como si de un costal de zapallos se tratase, con los brazos de esta última alrededor de su cuello como si estuviera soñando con su princeso azul. Después de que no resistiese más y vomitara cerveza pura en medio de la improvisada pista de baile, le hicimos espacio en una silla y la sentamos a dormir, totalmente privada ella, protegidos sus ojos dormidos por los lentes de sol de Fer mientras nosotros seguíamos en lo nuestro: tomar como si no hubiera mañana.
En eso, ocurrió el cagadón.
Hecho un pincho, como seguro se sintió el papá de la Miss Colombia luego de la humillación del Miss Universo, apareció el esposo/marido/pareja/padre de los hijos de Martita…