¿Víctima, victimario, testigo o cómplice? – Epílogo

Luego de la resaca, de las críticas, auto críticas y demás auto golpes emocionales, llega el momento inexorable del ajusticiamiento popular, del linchamiento ofimático del día lunes.

  • Ya me enteré, ¡ya lo saben todos! – escuché que dijo a voz en cuello la bitch de la oficina, la típica farisea que lo juzga todo, con ese aire de superioridad moral que luego la obliga a comulgar en misa, ante el asombro de algunos, la sorna de otros o las miradas cínicas de muchos.
  • ¿Qué pasó, Fer? ¡Cuenta pues! ¿Es verdad que R se peleó? -supe después por el aludido.

Felizmente, al menos de la boca para afuera, los testigos supieron circunscribir los hechos a sus respectivos círculos de chisme personales, de tal manera que el incidente no pasó a mayores, al menos en lo que a mi respecta.

Con la mayor cara de palo del mundo, pasé por la oficina, haciéndome «el huevón», como si conmigo no fuera la cosa, como si yo no tuviera nada que ver en el asunto, como si nadie, nadies, hubiese visto nada, como si los lentes de Fer aún estuvieran intactos en su rostro jodedor-pseudo-pulpín. Hasta que me encontré cara a cara con Martita.

Demás está describir como se sintió ella ese día, luego del bochornoso espectáculo al que unos tragos de más la redujeron. Cuando pasé cerca de ella, pensé también en hacerme el gil, el idiota, pero la manera en que me dirigió la mirada me impidió hacerlo. Así que respiré hondo y me acerqué a saludarla:

  • Hola, Martita, espero que estés bien.
  • Hola R, solo quería darte las gracias por lo que hiciste ese día -me respondió, para después darme un abrazo.
  • No te preocupes, cualquiera lo habría hecho -añadí.
  • Si, pero lo hiciste tú, R. Gracias.
  • No, de nada, es que solo soy así, lo lamento.

Luego de despedirme de ella, no pude sino reparar en sus palabras, en ese reconocimiento a una acción que solo por su naturaleza me envanece, por mucho que se le quiera justificar bajo distintos tamices, bajo distintos pretextos o dispares argumentos.

En eso mi mente comenzó a reflexionar otra vez sobre lo sucedido, pero no en relación a los golpes lanzados, sino a los actores que estuvimos presentes y el rol que jugamos en todo este embrollo que gracias al azar y a que Dios-es-peruano, no llegó a catastróficos resultados.

En primer lugar, recuerdo la imagen de su pareja. El típico abusivo,el victimario, el que a sabiendas de que es físicamente superior, ejerce su poder para someter a su víctima, para elevarla y estrellarla contra el piso, una y otra vez, creando esa relación de dependencia emocional y psicológica similar al síndrome de estrés post traumático que suele darse entre captor y cautivo.

Pero aquí se me ocurre un matiz distinto: recuerdo mucho, luego de la escaramuza inicial, la rabia con la que sus ojos me observaban, deseándome la muerte pero impotentes a la vez, reconocedor de que en un hipotético cruce de golpes, poco o nada habría podido lograr contra mí. Poco a poco, a medida de que la calma y la serenidad se apiadaron de él, pude ver otra expresión en su mirada, a medida que sus ojos se posaban en la de nuevo dormida y protegida Martita: una expresión de derrota, de impotencia, y de mucha tristeza.

Nada justifica su accionar violento ni mucho menos permite excusarlo; sin embargo, no pude evitar sentir empatía hacia él, sobretodo porque sé lo que se siente estar en su lugar, humillado por la persona a la cual (noto que) quiere, como yo mismo viví tiempo atrás con esa chica que yo sabía que me hacía mierda cuando podía, pero que no era capaz de dejar ir porque el amor que sentía por ella era superior al daño que me hacía, porque prefería sufrir por ella teniéndola a mi lado que morir en vida por el hecho de no tenerla más, lo que al final de cuentas terminó sucediendo. Entonces supe que tanto él como yo fuimos víctimas de un amor irracional, dañino, tóxico, autodestructivo y adictivo, del que es muy complicado salir, del que nunca se quiere salir…

Y luego me viene a la mente el lobo en el que me convertí después, buscando siempre una nueva caperucita, una nueva experiencia, y también un nuevo amor que me redima de mi pérdida anterior. Puede que el fin que buscaba haya sido genuino y puro: volver a enamorarme, esta vez de alguien que me valore de tal manera que lo último que quiera sea dañarme. Sin embargo, la manera en que lo hice no hizo otra cosa que mutarme de víctima a victimario, dejando muertos y heridos a un costado de la vía, egoísta en proteger mis heridas sin preocuparme de las heridas que fui dejando a mi paso. Finalmente, mientras duró esta etapa de mi vida volví a ser lo que fui en un inicio: una víctima, pero una víctima de mi mismo, de mis decisiones y de mis actitudes hacia el resto de personas. Porque al final, lo único que te queda después de botar a una chica a empellones de tu cama es eso: un espacio vacío a tu costado, pero también en tu interior. Me tomó tiempo cicatrizar, esconder la herida en una costra, aprender de mis errores, estar listo y receptivo a una nueva relación, aunque nada volviese a ser tan puro como con ella, tan sincero, tan apasionado y tan ¿loco?…

Quiero pensar y quiero creer de verdad que ella me quería, aunque sea a su manera. Ahora sé que así fue y que así es (y viceversa). Y las locuras que hizo porque tenía la cabeza sumergida en una nube, en un cúmulo de problemas y contradicciones la llevaron a alejarse quizá de la primera (y acaso única) persona que la quiso tal como es, que quiso cada una de sus virtudes e imperfecciones, incluso a nivel molecular. Ella fue victimaria, y en el ir y devenir de los tiempos se volvió una víctima de sí misma, auto destruyéndose, torturándose porque la vida que ahora lleva dista mucho de todas las cosas que habría querido y hubiera podido vivir con por ese entonces chiquillo desgarbado y desaliñado que moría, mataba y comía del muerto por ella…

Cambiando de protagonista, recuerdo las palabras con las que Mike trataba de justificar la inacción hacia lo que acontecía entre Martita y su peor-es-nada. «Esas son cosas de pareja, no podemos meternos ahí…» -le escuché repetir una y otra vez esa tarde, tratando de hacer entrar en razón al iracundo Fer por un lado, y evitar que se me ocurra acaso volver a trenzarme a golpes con el señor Martito, por el otro.

Entonces, solo una frase lapidaria cruza por mi materia gris: ¿Pero que montón de mierda es esta? No puede ser que se anteponga la excusa de las relaciones de pareja para justificar que un neanderthal le saque la chucha a su chica. ¡Joder! Esa manera de pensar no te hace otra cosa que un cómplice más de todo lo que pueda sucederle a esa persona indefensa. No es posible que sea así. De pronto, además de cómplice, el sustantivo que me viene a la mente es victimario, porque el solo hecho de no hacer nada, quizá por no ganarte problemas, quizá por cobardía, por no querer ganarte un moretón en un probable intercambio de golpes, te hace tan culpable por el daño incluso irreparable que le pueda ocurrir a la persona que viene siendo agredida por su pareja.

Lo peor de todo, y lo más irónico, es que terminas recibiendo golpes del agresor y de su propia víctima. Punto para Mike si ese fue su criterio.

Es más, incluso yo también en parte fui un testigo asolapado de lo ocurrido. Porque mi reacción hacia el tipo no fue motivada por la agresión hacia Martita, sino porque el agredido fue mi amigo. Lo único que me excusa de mayor responsabilidad hacia ella fue que con mi golpe se terminaron las agresiones, pero la naturaleza de mi actuar sigue siendo la misma.

Ahora toca a gusto despacharme contra contra un tipo simplón y ordinario que cree que por usar un vozarrón y actitudes matonescas compensará lo diminuta (o) de su hombría (pene).

No me caben en la cabeza dos cosas:

  1. Que siendo un manganzón de más de cuarenta años, hijito de mamá y  (según ¿quien?) mas sabio que el aborto de un hijo de los nietos de Confucio, Nabucodonosor, Newton y Platón, seas tan plano mentalmente para decirle a tu esposa cosas semejantes como que su familia es inferior a la tuya solo porque tu vieja fue gerente-de-no-se- que-chucha mientras su madre una ama de casa, o porque tu familia tiene ahorros a diferencia de la suya, o porque tu vives en La Molina y su familia no, entre otras perlas. Inseguro, cobarde, maricón y pichicorto son los piropos mas agradables que te puedo dedicar, escaso mental.
  2.  Que, a sabiendas de ello, tu esposa, bellísima por fuera aunque más por dentro, sea capaz de aguantarte tremendos berrinches de retrasado, solo porque sus «valores cristianos» o su «crianza tradicional» dictan que tiene que soplarse tus pedos y tu trasero sudado todos los días, solo porque tienen una hija en común, justificando a base de todo tipo de pretextos la subnormalidad de esa relación y condenándose a una vida ojalá que no miserable, de esposa abnegada sin mayor aspiración propia, frustrada solo por el estereotipo de la familia funcional, o sea, mami, papi e hijito juntos de la mano, caminando en una pradera verde hacia el horizonte, al abrigo de un sol cálido. Eres víctima, y te lo mereces por permisiva, no solo de tu pareja, sino de esas amistades que te critican, juzgan y lapidan públicamente y  que te empecinas en justificar y enaltecer. Un aplauso, victimaria de tu paz y tu tranquilidad.

Finalmente, me toca despacharme al jefe. ¿Por que? Pues porque uno de los dos parroquianos que perdieron la apuesta de tomarse la cerveza de golpe fue la propia Martita, y ya sabemos a donde llevó todo eso (no la justifico, pudo decir que no, pero bien es sabido que hay gente que necesita trabajar y hará todo lo posible por congraciarse con su jefe, siendo la imposibilidad de decir que no, una muestra de ello).

Lo que puedo concluir de este tema tiene que ver con esas expresiones de auto afirmación masculinas acomplejadas, buscando reafirmar una condición viril que muchos dudan si (saben que no) posee. ¿Acaso eres mejor que una persona por tomar más rápido? Eso no te hace mejor que nadie. Putamadre, demasiadas mentiras juntas, demasiada decadencia humana disimulada. Cajas de cerveza por doquier: corriente, ordinario. La naturaleza de una sana celebración alterada. Todo estuvo mal: el origen y el final. Demasiado Perú, demasiado diario chicha, demasiado Trome. Bienaventurados aquellos los que se fueron temprano. Probaron ser más inteligentes, mejores (salvo ese que se fue con su Monstruo de Vergara).

Y tú, R. Tú no te salvas, porque sabes cual es tu condición, sabes que precisamente eso es lo que buscan los (tus) demonios interiores: que te rebajes a una condición bestial e infrahumana, indigna de lo que tú en esencia eres o debes ser: un tipo tranquilo pero sobretodo respetuoso de los demás, que en primer lugar debió quitarse temprano porque ese lugar no te correspondía. ¿Acaso, salvo Fer, son tus amigos? ¿Acaso era así tu conducta en tu anterior trabajo? ¿En que mierda estuviste pensando? La sacaste barata, huevón.

La saqué barata…

Para todas aquellas personas que, siendo víctimas, victimarios, testigos o cómplices, no pueden sacarse de encima ese papel que el juego les dicta desempeñar, en especial para esa persona de conejuna sonrisa.

 

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